Comentario
"La Segunda Guerra Mundial -escribe Raymond Cartier- comenzó el 7 de julio de 1937". Un intercambio de disparos entre tropas chinas y japonesas propició uno de los conflictos más sangrientos del período de entreguerras, que terminó alineando a sus protagonistas en los dos grandes bloques mundiales de la guerra de 1939-45.
El conflicto chino-japonés posee una triple vertiente que lo hace sumamente complejo. De un lado, el ya tradicional enfrentamiento entre los dos países asiáticos, prácticamente ininterrumpido -salvo una corta tregua- entre 1931 y 1945. De otro, la prolongada guerra civil china entre nacionalistas y comunistas, suspendida de modo harto precario tras el acuerdo de Sian y reanudada apenas terminaron las hostilidades con Japón. Y, finalmente, la inclusión de la guerra chino-japonesa en el marco general de la guerra del Pacífico.
China era la vía más adecuada para el expansionismo nipón. Sus riquezas naturales, su potencial humano y económico y el atraso y la debilidad de sus estructuras estatales, constituían irresistibles tentaciones para una potencia industrial como Japón, lanzada precozmente a la búsqueda de mercados neocoloniales y de bases militares.
Coincidiendo con la grave crisis económica de los primeros años treinta y con el colapso de la democracia liberal, los círculos del triunfante militarismo japonés desarrollaron una doctrina que, basándose en el memorial Tanaka y en otros textos imperialistas, justificaba en razón del interés nacional la conversión del norte de China en un protectorado nipón.
A las razones económicas se añadían consideraciones de otra índole: la búsqueda de territorios de colonización más allá de Corea y la conveniencia de establecer una posición avanzada como cuña entre dos peligrosos rivales de Japón, la China de Chiang Kai-chek y la Rusia de Stalin.
La situación interna de China a comienzos de los años treinta favorecía los propósitos de los expansionistas japoneses. Ciertamente, Chiang Kai-chek había proclamado la reunificación del país tras su expedición al norte y la toma de Pekín, en junio de 1928. Pero su Gobierno, establecido en Nankín, sólo controlaba de un modo efectivo las provincias costeras del centro y del norte y parte de los cursos del Hoang-ho y del Yangtsé.
Su poder era combatido por los comunistas desde sus numerosos reductos campesinos; por los señores de la guerra, que dominaban en el sur y en las regiones del interior, e incluso por el ala izquierda de su propio partido, el Kuomintang, disconforme con el autoritarismo y la política anticomunista del general.
China era rica en recursos, pero los tenía poco y mal explotados. Su potencial industrial estaba en manos extranjeras, principalmente japonesas.
Las principales vías férreas y la mayor parte de la industria siderúrgica se concentraban en la vulnerable Manchuria. Los grandes puertos -Shanghai, Cantón, Tientsin- absorbían la mano de obra industrial, mientras la inmensa mayoría de la población era una masa campesina, pobre e inculta, a la que sólo la actividad de los comunistas parecía capaz de dotar de una conciencia social y política.
En el verano de 1931, los agentes japoneses comenzaron a moverse en Manchuria y Mongolia interior. Había llegado el momento de cobrar la presa mientras el Ejército nacionalista se hallaba enredado en las costosas e inútiles campañas de exterminio contra los comunistas.
La ejecución por los chinos del mayor Nakamura cuando efectuaba tareas de espionaje en Mongolia y un oscuro incidente en las vías del ferrocarril transmanchuriano en Mukden dieron a los nipones el esperado casus belli.
Con precisión matemática, sus tropas ocuparon Changchun, Kirin, Liaoyang y otras ciudades manchúes. El gobernador militar de la región, Chang Hsue-liang -hijo de Chang Tso-lin recibió órdenes de Nankín para retirarse hacia China del norte sin oponer gran resistencia.
Manchuria cayó en manos de Japón como una fruta madura largo tiempo codiciada. Sobre su suelo surgió un Estado títere, Manchukuo, y a su frente se colocó al último emperador de la vieja China, Pu-yi.
La posesión de Manchuria no aplacó la sed de tierras de los conquistadores. Como los chinos boicotearan los productos japoneses, las tropas niponas desembarcaron en Shanghai a finales de enero de 1932 y forzaron un acuerdo humillante para el Gobierno de Nankín.
Un año después caía en su poder la estratégica provincia de Jehol, que fue incorporada al Manchukuo. A continuación, los japoneses atravesaron la Gran Muralla y penetraron en Hopeh, la región que tenía por capital a Pekín.
Pero no tardaron en replegarse. El Gobierno de Tokio no deseaba una guerra abierta con China. El 31 de mayo de 1933 se firmó la tregua de Tungku, que fijaba las posiciones de ambos bandos y establecía un territorio desmilitarizado al norte de Pekín.
Durante estos años de humillación nacional, el Kuomintang se reveló incapaz de capitalizar la reacción popular contra el invasor. Pese a que hechos como la desesperada defensa de Shanghai, en 1932, o el renacer del movimiento estudiantil antijaponés demostraban la existencia de un espíritu de lucha en el pueblo chino. Chiang prefería ganar tiempo haciendo concesiones territoriales.
Su verdadero objetivo era la aniquilación de los comunistas, y a ello dedicaba los principales recursos humanos y económicos de su régimen.
Esta política servía a los intereses de los comunistas. En febrero de 1932, el Gobierno soviético de Kiangsi declaró la guerra al Japón y propuso poner fin a la guerra civil y concluir una alianza antijaponesa entre todas las fuerzas nacionales.
Tales objetivos parecían utópicos en aquellas circunstancias. La tregua de 1933 permitió a Chiang volcar sus fuerzas contra los comunistas, que se vieron obligados a emprender la Larga Marcha y a refugiarse en Yenan. Pero no había de pasar mucho tiempo para que se comprobase que la política de los dirigentes comunistas no sólo era acertada, sino la única posible para el país.
El principio estratégico de Chiang Kaichek, "primero la represión, después la resistencia", se fue tornando cada vez más indefendible. Los japoneses buscaban reforzar su posición en China sin provocar una guerra abierta. La Mongolia interior, enorme región semidesértica y gobernada por una aristocracia nómada, se mostraba reacia a aceptar la autoridad de Nankín y los japoneses fomentaban el desarrollo del nacionalismo local.
Temerosos de perder aquella importante zona, los políticos del Kuomintang tuvieron que hacer importantes concesiones. En abril de 1935 se formó un Gobierno autónomo presidido por el príncipe Teh Wang que, teóricamente sometido a la Administración china, actuaba en la práctica en favor de los nipones.
También en Hopeh presionaban los invasores para estimular la secesión. Ante la formación de un Gobierno projaponés en Pekín, Nankín cedió de nuevo.
Hopeh y Chahar, las dos provincias fronterizas con Manchukuo, se convirtieron en regiones autónomas en noviembre de 1935, reservándose muy pocas competencias el Gobierno central. Este hubo de aceptar un acuerdo aún más humillante. Se comprometió a reprimir cualquier manifestación antijaponesa en el interior de China.
En los círculos nacionalistas del Ejército y de la burguesía cundía la indignación. A finales de 1933, el XIX Ejército, que había combatido a los japoneses en Shanghai, se levantó en Fukien en nombre de la resistencia contra Japón y tardó varios meses en ser reducido por tropas leales a Chiang.
En los medios culturales eran la intelectualidad de izquierdas, encabezada por Lu Hsun, y los universitarios quienes desarrollaban la protesta, no sólo contra la inoperancia gubernamental, sino contra la prosecución de la guerra civil. El movimiento del 9 de diciembre de 1935, que se inició con una gigantesca manifestación de estudiantes pekineses, exigía medidas concretas contra el invasor y las libertades civiles y políticas.
No es extraño que este clima de protesta, que iba alcanzando incluso a sectores del ala oficialista del Kuomintang, fuera aprovechado por los comunistas de Shensi. El 25 de diciembre de 1935, durante una reunión del Comité Central del PCCh en Wayaopao, Mao Tsé-tung planteó las tesis del frente nacional antijaponés e hizo un llamamiento a la burguesía nacional para que se uniera a la defensa de la patria.
El informe -que hasta cierto punto puede asimilarse al frentepopulismo coetáneo- ofrecía una disminución de la conflictividad social en aras de la salvación nacional.
A estas propuestas políticas acompañaba una actividad bélica de cierta consideración. A lo largo de los años 1935 y 1936, pese a la presión de las tropas nacionalistas, el Ejército Rojo se consolidó y alcanzó un alto grado de eficacia. A finales de ese período contaba con unos 90.000 hombres, dirigidos por Chu The y encuadrados por oficiales salidos de la Academia de Yenan.
Desde principios de 1936, los comunistas lanzaron ofensivas contra las tropas niponas a través de Shansi. Pese a su corto alcance, estas operaciones suponían un gran éxito propagandístico.
Temeroso de las represalias japonesas, Chiang Kai-chek decidió lanzar una nueva campaña de exterminio. Para ello encargó al ejército manchú de Chang Hsue-liâng, establecido en Shensi desde 1933, que atacara la base de Yenan.
Pero las tropas manchúes tenían la moral muy minada por la inactividad y el alejamiento de sus hogares y eran muy receptivos a la propaganda comunista. Su general no perdonaba a Chiang Kai-chek la retirada de 1932 y anhelaba guerrear con los japoneses.
El 7 de diciembre de 1936, el generalísimo realizó una visita de inspección al frente. En Sian se entrevistó con Chiang Hsueling y con Yang Hu-cheng, señor de la guerra de Shensi.
Ambos se negaron a emprender una nueva campaña y urgieron a su superior para que llegase a un acuerdo antijaponés con los comunistas y con la URSS. Como Chiang rechazara sus peticiones, le detuvieron.
No hay pruebas de que los dos generales actuaran de acuerdo con los rojos, pero desde luego trabajaban en la misma línea. El 13 de diciembre, un avión enviado desde Sian recogió a Chou En-lai y a otros dos dirigentes comunistas y los condujo hasta la prisión de Chiang Kai-chek.
Chiang terminó cediendo y aprobó la unificación de los ejércitos chinos y la formación del frente nacional antijaponés. A cambio, sus mortales adversarios pidieron su liberación y le reconocieron como jefe del Gobierno chino.
A su vuelta a Nankín, Chiang se atuvo en líneas generales a lo convenido. El Comité Central del Kuomintang aprobó una resolución reconociendo que la "reconquista de las provincias perdidas debía ser la primera tarea de China".
A mediados de marzo comenzaron las negociaciones entre ambos partidos. En mayo se llegó a un acuerdo: el territorio en poder de los comunistas -que habían ocupado entretanto el norte de Shensi- se convertiría en región fronteriza especial y el Ejército Rojo pasaría a ser el VIII Ejército chino. Los presos comunistas serían liberados.
Por su parte, el Partido Comunista cesaría en sus ataques al Kuomintang y suspendería la confiscación de tierras en los territorios que ocupase. De la derrota y la amenaza de exterminio, los comunistas pasaban a la alianza con el Kuomintang y se convertían ante las masas en abanderados de la causa nacional.
Las noticias sobre los acontecimientos de China provocaron la alarma en Tokio. El Gobierno Konoye tenía motivos para sospechar la inminencia de una alianza entre China y la URSS -que en agosto de ese año firmaron un pacto de no agresión- y decidió actuar antes de que Chiang tomase la iniciativa.
En la noche del 7 de julio de 1937 se produjo un tiroteo entre una pequeña columna japonesa que buscaba a un desertor y la guarnición china de Wanping, al suroeste de Pekín. Era el incidente que esperaba el ministro de la Guerra japonés, Sugiyama, que ordenó el envío de un poderoso ejército al norte de Hopeh.
A finales de julio, el general Kawabé disponía de 160.000 hombres entre Pekín y Tientsin. Por su parte, Chiang se apresuró a enviar cuatro divisiones al norte a la vez que se negaba a aceptar el ultimátum japonés.
Fracasadas las inútiles conversaciones, el Ejército nipón se puso en marcha y, tras un bombardeo aéreo, entró en Pekín el 8 de agosto. Sus defensores la habían abandonado poco antes.
El avance japonés en China del norte fue fulgurante. El entrenamiento de las tropas, la calidad del armamento y los bombardeos masivos contra las poblaciones garantizaban a su Ejército el mantenimiento de la iniciativa.
La ofensiva tomó tres direcciones que seguían el trazado de otros tantos ferrocarriles estratégicos. Una columna penetró en la Mongolia interior tras forzar las defensas de Nankou. A finales de agosto cayó Kalgan en su poder y poco después Tatung, en el norte de Shansi.
Al sur de esta ciudad, en las proximidades de la Gran Muralla, había tomado posiciones el VIII Ejército. El terreno, muy montañoso, brindaba magníficas defensas a las tropas comunistas.
El 25 de septiembre, una de sus divisiones, mandada por Lin Piao, se apuntó la primera victoria china en el paso de Pinghsingkuan. El moderno material que cayó en sus manos permitió reforzar notablemente la capacidad ofensiva de los rojos.
Pero era un triunfo aislado. Desde el norte y el este los japoneses confluían sobre Taiyuan, capital de Shansi, cuyo cerco se cerró el 2 de noviembre.
Su caída, producida pocos días después, permitió a los invasores seguir el curso del río Fen y, tras ocupar Fenyang, alcanzar el Hoang-ho en Puchou.
En el Hopeh central, otra columna evolucionaba siguiendo el ferrocarril Pekín-Hankou. Su avance fue también muy rápido: el 25 de septiembre cayó en su poder Paoting y a mediados de diciembre se encontraban a orillas del Hoang-ho, frente a Kaifeng.
Finalmente, una tercera agrupación, salida de Tientsin, ocupó a últimos de diciembre la mitad norte de Shantung, incluidas las importantes ciudades de Tsinan y Tsingtao, sin que las tropas del Kuomintang opusieran otra resistencia que la destrucción de las principales poblaciones.
Cinco meses escasos de campaña habían dado a Japón el control de China del norte. Sólo la región fronteriza especial de Shensi, Kansu y Ningsia, y algunas zonas de Shansi, defendidas por los comunistas, escapaban a la ocupación.
En China central otro incidente -la muerte de dos marinos japoneses a manos de un centinela chino- sirvió para justificar el desembarco de infantes de marina en Shanghai, el 11 de agosto. Los chinos acumularon grandes efectivos en la zona y la batalla por la ciudad, muy encarnizada, se prolongó por espacio de tres meses.
Sólo un nuevo desembarco japonés en Hanchou, el 5 de noviembre, forzó a los defensores a retirarse para evitar ser cercados. Tras la toma de Shanghai, los japoneses remontaron el Yangtsé hasta Nankín.
Pese a sus esfuerzos defensivos, Chiang hubo de abandonar su capital, que cayó el 13 de diciembre, y refugiarse en Hankou. El saqueo y la matanza de civiles a que se entregaron los conquistadores en Nankín despertó una ola de protestas en todo el mundo.
A lo largo de 1938 prosiguió el incontenible avance japonés en China central. En el mes de marzo, los chinos obtuvieron un importante éxito defensivo en las proximidades de Suchou, que no impidió la continuación de la ofensiva enemiga hacia Kaifeng.
Incapaces de vencer al enemigo en campo abierto, los generales nacionalistas ordenaron la voladura de los diques del Hoangho. Esta estúpida medida no evitó la caída de Suchou y de Kaifeng, pero causó la muerte a cientos de miles de campesinos y destruyó la riqueza agrícola de Anhwei y Kiangsu. A finales de año, el frente se estabilizó en Honan.
A comienzos del verano, los japoneses reanudaron el ataque a lo largo del Yangtsé, con la mirada puesta en Hankou, uno de los principales centros industriales del país y nueva capital del Kuomintang. En pocas semanas los atacantes superaron las sucesivas barreras defensivas establecidas por los chinos.
Dos columnas que remontaban el río ocuparon Kieukiang el 23 de julio. Otra columna atravesó por el norte los montes Tapiehsan y se situó a espaldas del dispositivo enemigo.
El 21 de octubre se rindieron a los japoneses las importantes ciudades de Hankeu y Wuhan. Chiang y su Gobierno escaparon de nuevo y se refugiaron en Chungking, en la recóndita provincia de Szechuan, una ciudad de clima insano y mal acondicionada para ser capital; pero era muy difícil que llegaran hasta allí los japoneses.
Estos parecían a punto de alcanzar sus más ambiciosos objetivos. A la conquista de Shanghai había seguido la ocupación de los enclaves costeros de Amoy y Suatou. El 21 de octubre, coincidiendo con la caída de Hankeu, desembarcaron en Kuangtung y tomaron su capital, Cantón, sin encontrar apenas resistencia. A partir de ese momento, el avance nipón se ralentizó. La conquista de casi todas las zonas de interés para Japón y los problemas que planteaba el alargamiento de las vías de suministro en regiones que carecían de ferrocarril aconsejaban frenar el ritmo de penetración en el país.